Misioneros

Quienes conocen mi compromiso con la laicidad se suelen sorprender de que defienda la acción de los misioneros cristianos en el mundo. No negaré que me gustaría que toda la acción humanitaria no fuese necesaria y que todo el planeta rezumase justicia y equidad, pero mientras llegan esos tiempos no creo que debamos desdeñar la acción de ningún grupo humano sea laico o religioso, si de lo que  se trata es de llevar un poco de humanidad y ayuda a los desfavorecidos.
Hace tiempo que los misioneros realizan un  apostolado basado en mayor medida en tratar de paliar las enormes deficiencias educativas y de subsistencia de los desfavorecidos y en el efecto  ejemplarizante de su conducta y su trabajo de solidaridad, más que en otras formas pastorales de contenido doctrinal. Es precisamente esa dinámica de contribución al alivio del sufrimiento de tantas personas, lo que les hace ser fundamentales en el destino de aquellas sociedades.
Mi experiencia respecto al trabajo desarrollado por los misioneros, se centra en la colaboración con en las misiones jesuíticas en el Gujerat Indio y mucha menor medida con las hermanas de la Caridad en Melipilla (Chile) asistiendo a los marginados indios mapuches.
El padre Zubeldia, jesuita de Tolosa,  arribó a la India al ser expulsado por los comunistas de Mao de  China, entabló amistad con mi padre a raíz de una escala en Bombay de camino al Japón, en el lejano año de 1968. Desde entonces, mantuvimos con el Padre Zubeldia, una línea de trabajo y colaboración en la distancia. Algunas veces teníamos la suerte de disfrutar de la cercanía, cuando  cada tres o cuatro años  recibíamos su agradable visita. Solía venir de gira por su querida tierra vasca, para agradecer a "sus benefactores", como cariñosamente nos llamaba, la ayuda que recibía en India.

                                              El autor con los padres Zubeldia y Galdós
 
Tuve oportunidad, al ir tomando las riendas de los temas familiares, de colaborar con el padre Paco Zubeldia a lo largo de la década de los ochenta y noventa, y tuve la inmensa suerte de visitarle en el Gujerat en el año 1997. En el curso de ese viaje, uno de los más duros en términos humanos que haya realizado en mi vida, conocí a otro jesuita extraordinario; al padre Galdós, otro guipuzcoano singular de los que andan por el mundo.

                                                       Leproseria infantil en Varadoda

Trabajan con los aborígenes indios, los adybasis. Trabajan con los leprosos y sus hijos,  con los huérfanos, con todos los desheredados de la tierra, colaborando además, con diferentes organizaciones religiosas y laicas  que luchan contra la enfermedad y la pobreza por toda la India
Un trabajo ímprobo para tratar de vencer los prejuicios de clase social que han asolado la India, ha sido desarrollado por los jesuitas en esta parte del subcontinente. Un esfuerzo sistemático para establecer un esquema de enseñanza, aceptado por las autoridades para ilustrar a los más desfavorecidos. También un esfuerzo por ofrecer educación a los hijos de las élites dominantes,  y transmitirles valores de humanidad que puedan transformar este mundo en el futuro, cuando ocupen responsabilidades. El resultado ha sido extraordinario. Médicos, abogados y profesionales altamente cualificados, han salido de la miseria de la casta Intocable, para convertirse en ciudadanos libres de la India. Una contribución significativa para transformar la realidad social y modernizar el país.

A partir de 1995, cuando nos involucramos en algunos proyectos en Chile, tuve también la oportunidad de colaborar con las Hermanas de la Caridad Vedruna de Melipilla, que trabajan para dar una salida profesional a los indios mapuches, en una sociedad como la chilena, asolada por las practicas neoliberales extremas que permitió la dictadura pinochetista y que se cebaron con especial encono en las minorías indias que quedaron sumidas en el alcoholismo y el desempleo. Desgraciadamente la madre María Arzalluz Antía, azkoitiana en tierras andinas, nos dejó en Noviembre de 1996.

                                      
                                             Hermanas de la Caridad de Melipilla (Chile)

Un grupo de personas extraordinarias trabajan en el mundo y por un Mundo Mejor. Sus pertenencias caben en una pequeña bolsa de viaje. Viajan ligeros de equipaje, con la confianza de gozar de la protección de Dios, y viajan con el corazón  llena de amor al prójimo. Como toda obra humana, las misiones estarán sin duda, afectadas por las imperfecciones propias del ser humano, pero en la medida que he tenido oportunidad de conocer la realidad misionera en  India, Sudamérica y África, sólo he encontrado personas altruistas e intachables, trabajando desinteresadamente por la mejora material, intelectual y espiritual.de los seres humanos.

Mi pequeño reconocimiento para ellos desde la cómoda distancia de nuestra sociedad de la abundancia y la frivolidad.

                                                                                            Donostia Noviembre 2016
                                                                                                   Iñaki Zuloaga

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