Populismos
No hay, hoy en día, una palabra más prostituida que esta. Todos
arremeten contra el contrario al grito enardecido de "populista". No, no
es sólo a nivel de confrontación entre partidos políticos, también en
las confrontaciones cotidianas entre ciudadanos de a pie. Nada viste más
un reproche para descalificar al contrincante, que el adjetivo más
destructivo y maldito del momento. Populista. Ya no hace falta leer en
profundidad o discernir los matices de las ideas y proposiciones de los
demás, porque pueden ser destruidas sin más, invocando la palabra
mágica. Un acusación inmediata de populismo cercena cualquier atisbo de
dialogo e intercambio de matices para adentrarse en el camino de la
bronca. Una peste que se ha extendido al amparo especialmente de la
falta de argumentos y de la capacidad de discernimiento de tantas mentes
que pueblan el universo Internet y Redes Sociales.
El populismo no es nada nuevo, de hecho es tan viejo como el mundo, y
los griegos que fueron comienzo de casi todo en el plano de las ideas y
de los conceptos abstractos, ya hablaban de él, porque fue frecuente en
el gobierno de las polis. Incluso fueron más allá y nos advirtieron que
toda acción política esta revestida de cierto dolo, (en el
sentido que le confirieron los griegos) es decir que lleva el engaño
siempre implícito, y que encierra el germen de las proposiciones
simplistas que endulzan los oídos del pueblo. Un problema inherente a
todos los sistemas políticos, a todas las proposiciones políticas y a
todos los tiempos políticos que en el mundo han sido.
El problema, por tanto, no son las proposiciones populistas, viejas como
la humanidad y usadas por todos, sino las causas profundas que permiten
que aniden en el seno de sociedades como las europeas y americanas,
donde los ciudadanos tienen un nivel de formación y una capacidad de
contraste entre diferentes proposiciones políticas y sociales que puede
ser fundamentada con bastante facilidad.
¿Por qué anida entonces el populismo nuevamente en las sociedades
occidentales? Si han leído bien, he dicho nuevamente porque las
sociedades occidentales ya sufrieron el populismo extremo a finales del
XIX y a comienzos del siglo XX, y ese populismo condujo al mundo a dos
guerras mundiales en el escaso periodo de cincuenta años. Parecía que
tan enormes desastres permitirían, al menos la vieja Europa, mantenernos
a salvo de este mal. Pero no, el populismo renace como setas de otoño.
¿Por qué?
El agotamiento de los discursos políticos del bien común, las
desigualdades brutales que han instalado en el mundo, la desaparición de
las clases medias acompañadas por la caída de las élites políticas en
la sima del apego a los bienes personales, y el endiosamiento producido
por la larga y continuada exposición a los privilegios, creo que están
en la base profunda del desencanto del pueblo sobre los sistemas e
ideales políticos y ante las palabras huecas y vanas de la clase
política tradicional.
La Globalización, que lejos de llevar los ideales de nuestras sociedades
desarrolladas a las sociedades en desarrollo, nos ha llevado a importar
los grandes desequilibrios de aquellas sociedades (una chinificación de
nuestras sociedades), empieza a ser claramente percibida por los
ciudadanos como un engaño masivo, urdido por las grandes corporaciones y
poderes económico financieros, con la aquiescencia de las clases
políticas de todos los países, sobornadas por las dádivas y privilegios y
sumidas en una espiral de corrupción de económica y sobre todo moral.
No hay políticos de la vieja escuela a salvo de los casos de corrupción
económica y eso emponzoña completamente un discurso sobre los valores de
nuestras sociedades que en sus bocas suenan falsos y mentirosos y que
hacen renegar al pueblo de las antiguas instituciones políticas,
generando el sustrato necesario para que puedan germinar las semillas de
estos nuevos populismos oportunistas y tremendamente peligrosos.
Donostia Octubre 2021
Comentarios
Publicar un comentario