Lo profano y lo sagrado (una perspectiva laica)
Yo soy
la primera brisa
Que
sopla suavemente
Sobre
el océano tenebroso
De la
eternidad
Soy la
primera alba
El
primer destello de la Luz
Una
pluma mecida
Por la
suave brisa del amanecer
Soy Rá
el principio de todas las cosas
Viviré
siempre. Nunca moriré
Esta cita
aparece en el Libro de los Muertos, el primer manual sagrado de
escritos, invocaciones, sortilegios y prácticas mágicas de la
humanidad que data de hace cinco mil años
Pero ¿Es lo
sagrado patrimonio exclusivo de lo religioso o pertenece a ese
rosario de términos, ceremonias y ritos de todo tipo que han sido
hurtados a las tradiciones paganas de los pueblos, teocratizadas y
monopolizados por las iglesias hasta apoderarse de ellos haciéndonos
creer que son exclusivos de las relaciones con lo sobrenatural?
Es necesario
analizar el significado del término sagrado para poder percibir en
profundidad sus diferentes interpretaciones. El primer aspecto que
resulta significativo en esta confrontación de significados es que
inmediatamente se hace evidente que lo sagrado se opone a lo profano,
pero no lo hace solamente en los aspectos relacionados con la
divinidad o la religión sino también en los relacionados con el
ámbito vital, ceremonial y ritual laico.
No podemos
olvidar, por mucho que las iglesias así lo hayan pretendido, que
también es sagrado lo que a las personas nos merece un respeto
excepcional. Lo es también todo aquello que las personas y los
pueblos consideramos que no debe ser ofendido, o todo lo que merece
ser preservado y recordado porque lo consideramos imprescindible para
entender el sentido de la existencia o de la convivencia y
finalmente, resumiendo la esencia del término, porque nos es sagrado
todo aquello que consideramos objeto de veneración con independencia
de su naturaleza religiosa o laica.
Es
precisamente en estas últimas acepciones de lo sagrado que se nos
hacen evidentes los excesos de las iglesias a la hora de tratar de
monopolizar el significado de lo sagrado, pretensión sostenida desde
su deseo secular de teocraizar las sociedades en las que están
implantadas. Un intento claramente visible todavía en las sociedades
que no han sido objeto de revoluciones liberales e incluso en las que
habiendo evolucionado desde teocracia a la democracia liberal, aún
son objeto de una fuerte influencia de las iglesias en su vida
cotidiana.
La masonería
liberal que trabajamos en Altuna es heredera de esta concepción no
teocratizada de lo sagrado que se hace presente en nuestras
sociedades desde mediados del siglo XX precisamente relativizando la
primera acepción del término y dejándonos claramente definido que
la amplitud de interpretación de los símbolos marca una diferencia
sustancial entre las diversas formas de entender la vida y por lo
tanto de hacer masonería.
Queda
desmontada la absurda creencia de que lo sagrado sólo puede estar
relacionado con lo religioso, con lo divino o con los misterios que
emanan de ello. Lo laico puede ser tan sagrado como lo religioso. No
debemos por tanto avergonzarnos en las logias del uso de ese término
que recoge el respeto y la veneración que sentimos por nuestro
método masónico, método desde el que se estructura la sociabilidad
de nuestra fraternidad, el simbolismo en el que nos miramos para
trasformarnos, o la razón en la que nos amparamos como actitud
vital.
Más allá
de la simples discrepancias semánticas, expresión que desmintiendo
la creencia profana de que son cuestiones menores suelen esconder
diferencias interpretativas sustanciales, es claramente perceptible
que lo sagrado en masonería presenta un perfil profundamente
humanista mucho más cercano a lo sustancial del ser humano como
centro de referencia cotidiano de nuestro sistema de valores que de
lo divino que se sitúa en una escala diferente en la reflexión del
origen y el destino del ser .
No hay
metafísica en las enseñanzas del arte masónico que practicamos en
la masonería liberal sino un profundo conocimiento de lo
radicalmente humano, de la naturaleza más profunda de nuestra
condición humana y de sus grandezas y miseria más inconfesables.
Es sagrada
nuestra voluntad de mejora personal, es sagrada nuestra fraternidad
universal y es sagrada nuestro deseo de elevarnos de nuestras
pasiones aunque no esté sustentada en ninguna verdad revelada.
Es sagrado
nuestro adogmatismo y nuestro espíritu limpio para escrutar el futuro
o los límites de nuestra moralidad a través de la reflexión ética
que nunca olvidemos debe materializarse en la acción a riesgo de
quedar en pura palabrería.
He dicho y
es cuanto
I.Z
Donostia Octubre de 2018
Donostia Octubre de 2018
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