Competitividad y Clientelismo
Suele creerse
popularmente que el fracaso económico de los países se debe
principalmente a causas naturales y ambientales como clima, religión, incultura, que aunque es evidente que repercuten en la evolución
económicas de los países, no son de ninguna manera las
determinantes de esa situación.
El factor fundamental de
la evolución económica y social de las sociedades, es el modo en
que funcionan sus instituciones y como son gobernadas por las élites
políticas. Si las élites políticas derivan hacia el
aprovechamiento del poder y hacia la consideración de que la
política es tan sólo un instrumento de beneficio y enriquecimiento
de ciertos grupos, en lugar de ser un instrumento para que toda la
sociedad avance y prospere economicamente, están poniendo las
semillas de la decadencia futura, en lo más profundo de la sociedad
a la que dicen servir.
Este comportamiento
egoísta de las élites políticas se manifiesta a través de dos
graves desviaciones en las prácticas de buen gobierno, como son el
clientelismo y la corrupción.
El clientelismo se define
como el sistema de protección y amparo con el que los poderosos
patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de sus sumisión y de
sus servicios. La corrupción es las administraciones públicas
consiste en la utilización de los medios y funciones de las mismas
en provecho, económico o de otro tipo, de sus gestores.
El efecto devastador que
estas dos graves desviaciones producen en las sociedades, es
claramente apreciable en el Estado y en mayor o menor mediada en
practicamente todas las CCAA. Las decisiones sobre prioridades y
asignación de recursos no se toman en función de las necesidades
reales ni de las soluciones más eficaces sino que se hacen en virtud
de las necesidades de los grupos de presión y de la perpetuación de
las élites políticas en el poder. En ese sentido indicar que las
llamadas puertas giratorias que no son otra cosa que un descarado
ejercicio de corrupción son tan habituales que practicamente ya nos pasan
desapercibidas..
La consecuencia de estas
prácticas en el desarrollo económico se concretan en la asignación
ineficaz de recursos y por tanto la pérdida de competitividad del
país con consecuencias extraordinariamente negativas en el
emprendimiento y en el desarrollo de la actividad económica que se
deteriora por la falta de eficiencia y la desmotivación de saber que
todo esta amañado. Por otro lado produce también efectos muy
negativos pues las leyes del país quedan devaluadas, y se genera un
alto nivel de impunidad e inseguridad jurídica, derivando en una
escasa calidad en la acción de las administraciones y unos enormes
déficits de transparencia.
La falta de
supervisión en los últimos años ha sido gigantesca y ha propiciado
consecuencias tremendamente negativas, tanto para la reputación de
las instituiciones y gobernantes, como para los ciudadanos que han
sufrido los desmanes de la Banca, del sector eléctrico y energético
y en general de las grandes empresas siempre presentes y
adjudicatarias, quedando las pequeñas empresas como meros peones en
las enormes cadenas de subcontratación que caracterizan el
clientelismo. Por otra parte la realización de obras faraónicas
innecesarias o la inversión de dinero público en proyectos
fantasiosos al capricho de los administradores de turno, ha estado a
la orden del día y ocupan paginas interminables en televisiones,
diarios y revistas.
La propia evolución del
sistema democrático partidista en los últimos treinta años ha
propiciado la consolidación de los aparatos de los partidos
omnipresentes en la vida del país, y han producido una tediosa
repetición de rostros en los foros políticos, económicos y
sociales, generando un sistema de autoafirmación que lo fagocita
todo incluyendo la existencia de una sociedad civil organizada que
pueda servir de contrapunto a los excesos del poder.
Uno de los indicadores de
un mal funcionamiento de las instituciones es el frenesí normativo
mientras se establece en los tribunales un caos interpretativo sobre
las distintas leyes o una imposibilidad de llevarlas adelante por
falta de recursos. En España, por ejemplo, la Ley Concursal ha
cambiado de manera importante en catorce ocasiones desde 2009.
La reversión de esta
situación pasa por un cambio profundo en la dirección de los
partidos tradicionales o por su sustitución por un nuevo modelo
político impulsado por partidos renovados con dirigentes
comprometidos decididamente con el bien común y con las prácticas
éticas en el ejercicio del poder.
Es evidentemente más
fácil gobernar desde el clientelismo y la connivencia con las
grandes estructuras económicas, pero el daño que se causa con ello
a la sociedad y al futuro económico del país debería pesar como
una losa en la conciencia de los dirigentes políticos cada vez que
basan sus decisiones en la potenciación de la ineficacia como forma
de gobierno.
Donostia Marzo 2016
IZ
IZ
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